Hablamos con la actriz y directora, viuda de Marsillach
Mercedes Lezcano volvió a las tablas del Centro Dramático Nacional la pasada temporada y
esta vez como directora. Dirige Extraño anuncio, un texto del mítico dramaturgo
Adolfo Marsillach que reflexiona con transparencia y humor sobre el espacio
entre la vida y la muerte.
“Una obra de teatro no existe como tal hasta que se
estrena” decía Marsillach. ¿Qué espera de los espectadores tras ver Extraño anuncio?
Que reflexionen y se diviertan. Es algo que ya he comprobado tras representarse
en tres ciudades distintas. Entre otras cosas se preguntan: “¿Estamos vivos o
muertos?” Esa es una reflexión que va más allá del hecho físico.
¿Cómo se pueden tratar temas tales como la vida y
la muerte con humor?
Cuando el ser humano es capaz de distanciarse de sí mismo, y de temas que en
principio son considerados trascendentales, Marsillach dice: “automáticamente
nos convertimos en observadores y observados, en actores y público, en vivos y
muertos” surgiendo una mirada inteligente no exenta de humor.
¿Qué ronda por su espacio entre “la vigilia y el
sueño”?
Que la idea que tenemos de la realidad es inconsistente y el tiempo un engaño
de percepción.
Él es un nombre de peso en la historia del teatro
español. ¿Dónde se encuentra usted en el transcurso de esta historia?
Dentro de la historia del teatro español yo soy una pieza insignificante. Pero
me siento satisfecha y orgullosa de lo hecho hasta ahora. No tengo ninguna meta
fijada, estoy contenta con lo realizado.
Empezó con la dirección teatral ya
avanzada su carrera en el mundo del espectáculo. ¿Qué la demoró?
La falta de confianza. Adolfo sólo llegó a ver mi primer montaje –Mujeres de
Mercè Rodoreda por el que recibí el premio al mejor espectáculo en el Certamen
de directoras de escena de Torrejón de Ardoz–, y me dijo: “deberías haber
empezado diez años antes a escribir y dirigir” y le contesté: “Es ahora cuando
me siento con fuerzas”.
¿Y la dramaturgia? ¿De dónde surgen los temas sobre
los que escribe?
Me gusta mucho leer y me preocupa el ser humano. Me encanta encontrar textos y
temas que aborden crítica social y política. Como cuando escribí el espectáculo
Conversación con Primo Levi que lanzaba la pregunta de “¿Hasta cuando la
barbarie?”
Actriz y directora son papeles ligados y opuestos.
¿Qué saca de cada uno?
Creo que es importante ser actriz para dirigir. No imprescindible, por
supuesto, pero sí para comprender el proceso de creación de los intérpretes. Su
fragilidad. La dirección me permite ser yo la que elija qué contar, y con
quien. Pero echo de menos también la interpretación. La responsabilidad es
menor y, de vez en cuando, se agradece un descanso.
¿Cómo ha de lidiar un buen director con los
actores?
Desde la confianza mutua; de lo contrario, se convierte en un infierno para
todos.
Dicen que el teatro está escapando a la crisis.
¿Qué lo hace especial?
Como nos recordó el otro día una espectadora que había escuchado decir a
Adolfo: “El teatro siempre está moribundo, pero morir, no morirá nunca”.
Creo que el éxito de público, en la actualidad, radica en que los ciudadanos
están hartos de tanta tecnología y el sentir a un ser humano dirigirse a otro
ser humano, sin artificios lo convierte en una experiencia muy placentera. El
teatro es la palabra, algo que debemos cuidar cada día más. El lenguaje es lo
que singulariza al ser humano, lo que lo aleja de su animalidad.
Usted es, además, una ferviente defensora de los
derechos de la mujer. ¿Qué significa la feminidad dentro del mundo de las artes
escénicas?
Sí; la defensa de los derechos humanos tanto de hombres como de mujeres es una
prioridad en mi vida. Desgraciadamente están cada día más pisoteados a pesar de
las hermosas declaraciones que constan en muchas Cartas Magnas. No enfoco mi
trabajo desde esa perspectiva, aunque sí pienso que hay una mirada diferente
por el hecho de ser mujer.
“El límite entre lo que ha ocurrido, lo que ocurre
y lo que ocurrirá”. ¿Qué le pide al futuro?
Personalmente nada, a nivel social, como ciudadana más respeto, de unos a
otros; más justicia real y menos desigualdades. Me preocupan los derroteros que
lleva nuestra sociedad pero todos estos movimientos sociales tanto en Occidente
como en el mundo árabe me llenan de esperanza. Significa que la gente ya no
está dispuesta a seguir tragando.